Viajes a medias

Para lo que es el vaivén snob de las cotizaciones literarias, los libros de John Steinbeck llevan décadas en aquel purgatorio del que sólo se sale con la publicación póstuma de unas memorias inéditas o por un giro de las modas, una dislocación inesperada de un gusto que pasa como si nada de la minifalda a la maxi. En el caso de Steinbeck una vieja melancolía le ha apartado bastante de las librerías, clasificándole como el menos brillante en las sendas de la generación perdida y el más impuro como artista.

Como casi siempre, ni tanto ni tan poco. Es característico de su mala suerte lo que acaba de ocurrirle: su libro Viajes con Charley, un best seller de inicios de los años sesenta, resulta ser un libro de viajes en gran parte inventado, una crónica de la América de los sesenta cuyos personajes prácticamente no existieron en carne y hueso, sino que son fruto de la imaginación de un Steinbeck ya tan cansado que escribió su viaje por América sin acogerse mucho a la realidad. En fin, que vio su viaje sólo a medias y se inventó la otra mitad. Charley, su caniche y compañero de viaje, no iba a traicionarle. Viajes con Charley fue todo un éxito de ventas.

Steinbeck buscaba reconectar con su público al viajar con Charley de punta a punta del país en una furgoneta, pasando las noches en esos campings en los que el espíritu nómada de la Norteamérica de frontera cuenta sus fracasos sobre el gran sueño americano.

The New York Times se hace ahora eco de antiguas sospechas sobre la inexactitud del viaje con Charley. Pasó no pocas noches en moteles, más que en la frugalidad del camping. El Steinbeck de Las uvas de la ira y Al este del Edén prefirió inventar que observar. La tentación no es nueva. Es el caso de los viajes a medias, de un Josep Pla que copia directamente de las guías de viaje a un Bruce Chatwin mitómano que se estiliza como narrador de lo nunca visto. Otra cosa es Naipaul: cuando cuenta lo que ha visto, es tal el descontento de los países visitados, que forzosamente en algo tiene que haber acertado.

John Steinbeck, por su parte, inyectó elementos de ficción en lo que decía ser un viaje por la geografía y la humanidad de lo estrictamente real. Lo que hay que hacer, a pesar de todo, es volver a leer algunos libros de Steinbeck. Por ahí anda El poney rojo para aquel lector joven que quiera entrar en ese mundo de premoniciones, búsqueda de una unidad en la vida y una constatación de pertenencia a la tierra. Como suelen decir los profesores, la obra de Steinbeck tiene algo de panteista. Para volver a cuarenta estados de la Norteamérica de los años sesenta, todavía sirven estos Viajes con Charley. Claro que para viaje hacia el corazón político de los Estados Unidos, el informe de Tocqueville todavía mantiene la vitalidad permanente de la paradoja y el sueño.


Via vanguardia opinion

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Bienvenido por favor tu comentario que sea constructivo y evita usar palabras groseras que atenten contra alguna religion o diferencia racial, de usar vocabulario vulgar. Fuera de eso expresate como quieras.