Volare, oh, oh...

Lo más grave de estos diputados extraterrestres que no se han enterado de que hay una crisis cósmica, que peligra la estabilidad del Estado de bienestar, que se recortan derechos sociales, que suben los tipos de interés y que la desesperación forma parte de la vida cotidiana de muchos ciudadanos, lo más grave es que pensaban que nadie se enteraría. Es decir, no sólo han querido mantener privilegios carísimos a cargo del dinero público, y cuya necesidad únicamente se asienta en las posaderas de su propio bienestar, sino que además lo hacían a hurtadillas, felizmente acomodados en la opacidad del Parlamento Europeo, ese agujero negro donde nadie sabe quién va, quién trabaja y a qué dedican el tiempo libre. Bueno, algunos sí lo sabemos. Dedican su tiempo a dejarse amar por algún lobby económico y redondear su estatus. Y es así como sus señorías han votado en contra de viajar en turista y también de recortar sus dietas, esas que se pueden cobrar con sólo haber entrado un minuto en la cámara. Nobleza obliga, algunos han tenido la obligada nobleza de votar por los recortes, y los nombres de Oriol Junqueras, Ramon Tremosa y Raül Romeva brillan con digna luz en medio de sus colegas. Son, además de los eurodiputados que más trabajan, lo cual recuerda que el Parlamento Europeo es el paraíso de los holgazanes, tanto como puede ser una tierra fructífera en ideas y propuestas, cuando el eurodiputado es responsable.

Fíjense, pues, en la ironía: los que más trabajan son los que aceptan recortar dietas y viajar en turistas. Y los que van de uvas a peras, duermen el sueño de los colocados y entienden el Parlamento como una jubilación dorada son los que exigen el business, no fuera caso que se perdieran el zumo de naranja. Y todo, a hurtadillas. Miraron la propuesta –“cosas de comunistas nórdicos”, despreció Sáenz de Santamaría–, la votaron en contra y continuaron durmiendo, alejados del ruido de la prensa. Pero el siglo XXI no es el siglo XX, y en la era de Twitter todo se sabe, todo se dice y todo se denuncia. Y fue así como la desvergüenza íntima de unos felices habitantes de Marte se convirtió en la vergüenza pública de unos representantes de los ciudadanos, cuyo clamor y dolor ciudadano les importa un pepino. Luego harán sesudos estudios sobre la “desafección” de la política, y se quejarán de la poca valoración y bla, bla, bla, pero cuando nadie los ve, se aprovechan de su estatus, ganado, por cierto, a golpe de lista cerrada y prevenda de partido. Elevo este artículo en honor de los tres catalanes que actuaron con conciencia de la situación. Ellos nos recuerdan que el ejercicio de la política es tan ambivalente que permite cohabitar, en un mismo territorio, a los responsables y a los aprovechados, a los idealistas y a los diletantes, a los meritorios y a los enchufados. Y el otro día, en la votación, ganaron los segundos.


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Una vida atípica

Luis Racionero recogió el lunes el premio Gaziel de biografías y memorias, de manos de Javier Godó, conde de Godó, vicepresidente de la Fundación Conde de Barcelona, y de Ricardo Rodrigo, presidente de RBA, convocantes de esta distinción. El romanista Martí de Riquer, el político Ramon Trias Fargas y la novelista Carmen Laforet fueron las figuras estudiadas en las biografías que merecieron el premio en anteriores ediciones. Ahora lo ha ganado Racionero con un volumen autobiográfico, titulado Memorias de un liberal psicodélico. En él, Racionero revisita su peripecia intelectual y literaria, que tuvo una etapa decisiva en los años 60, durante su estancia en el Berkeley del flower power.Yque prosiguió con diversas aventuras culturales, entre las que se cuentan su desempeño de altos cargos, como la dirección de la Biblioteca Nacional o del Colegio de España en París... Según explicita el título de su obra, Racionero ha sido un narrador y ensayista atípico. Conservador, por una parte, aunque pionero en la difusión entre nosotros de las culturas orientales o del ecologismo, y también dado a la autoexploración de acentos psicodélicos. Este perfil no fue, por cierto, el dominante en nuestro entorno intelectual. Pero acaso sea eso, precisamente, lo que le confiere un valor suplementario. Una sociedad plural se construye sobre la diversidad, también sobre la disidencia, y es bueno que quede constancia de una y de otra, tan clara como la de las corrientes mayoritarias.


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Viajes a medias

Para lo que es el vaivén snob de las cotizaciones literarias, los libros de John Steinbeck llevan décadas en aquel purgatorio del que sólo se sale con la publicación póstuma de unas memorias inéditas o por un giro de las modas, una dislocación inesperada de un gusto que pasa como si nada de la minifalda a la maxi. En el caso de Steinbeck una vieja melancolía le ha apartado bastante de las librerías, clasificándole como el menos brillante en las sendas de la generación perdida y el más impuro como artista.

Como casi siempre, ni tanto ni tan poco. Es característico de su mala suerte lo que acaba de ocurrirle: su libro Viajes con Charley, un best seller de inicios de los años sesenta, resulta ser un libro de viajes en gran parte inventado, una crónica de la América de los sesenta cuyos personajes prácticamente no existieron en carne y hueso, sino que son fruto de la imaginación de un Steinbeck ya tan cansado que escribió su viaje por América sin acogerse mucho a la realidad. En fin, que vio su viaje sólo a medias y se inventó la otra mitad. Charley, su caniche y compañero de viaje, no iba a traicionarle. Viajes con Charley fue todo un éxito de ventas.

Steinbeck buscaba reconectar con su público al viajar con Charley de punta a punta del país en una furgoneta, pasando las noches en esos campings en los que el espíritu nómada de la Norteamérica de frontera cuenta sus fracasos sobre el gran sueño americano.

The New York Times se hace ahora eco de antiguas sospechas sobre la inexactitud del viaje con Charley. Pasó no pocas noches en moteles, más que en la frugalidad del camping. El Steinbeck de Las uvas de la ira y Al este del Edén prefirió inventar que observar. La tentación no es nueva. Es el caso de los viajes a medias, de un Josep Pla que copia directamente de las guías de viaje a un Bruce Chatwin mitómano que se estiliza como narrador de lo nunca visto. Otra cosa es Naipaul: cuando cuenta lo que ha visto, es tal el descontento de los países visitados, que forzosamente en algo tiene que haber acertado.

John Steinbeck, por su parte, inyectó elementos de ficción en lo que decía ser un viaje por la geografía y la humanidad de lo estrictamente real. Lo que hay que hacer, a pesar de todo, es volver a leer algunos libros de Steinbeck. Por ahí anda El poney rojo para aquel lector joven que quiera entrar en ese mundo de premoniciones, búsqueda de una unidad en la vida y una constatación de pertenencia a la tierra. Como suelen decir los profesores, la obra de Steinbeck tiene algo de panteista. Para volver a cuarenta estados de la Norteamérica de los años sesenta, todavía sirven estos Viajes con Charley. Claro que para viaje hacia el corazón político de los Estados Unidos, el informe de Tocqueville todavía mantiene la vitalidad permanente de la paradoja y el sueño.


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