Estornudos azulgrana

De verdad que a veces tenemos la sensación de que en este país, Catalunya, somos más papistas que el Papa y que en la pretensión de ser diferentes al resto de los españoles especialmente y del mundo también, hay quien pretende hacernos creer que los ciudadanos de este país son unos seres exquisitos que no pueden hacer ni decir según qué cosas, y que si no lo son tendrían que serlo. Aquí, según parece, no deberíamos estornudar porque a lo mejor despertamos a la bestia de Madrid, o seguramente ese gesto, que en estos días lo provoca la caída del polen primaveral, habría que tragárselo porque de esta forma seríamos más correctos y más elegantes y hasta más modestos que ningún otro ciudadano del resto de España.

Aquí, en este país nuestro, Sandro Rosell, presidente del Barça, elegido por una histórica mayoría de socios, según parece no tiene derecho a apostar un 5-0 a favor de su equipo en la final de Copa contra el Madrid porque esto está mal visto, dejamos de ser humildes, perdemos el ADN, nos salimos de la filosofía Guardiola, somos ofensivos con el rival y, sobre todo, nos alejamos de la perfección. Aquí hay que ir por lo bajito y pidiendo perdón a ser posible.

Los de aquí –en lo político más–, tienen que ir a Madrid a decir que ya se han hecho unos reajustes económicos que afectan al 10% del presupuesto de Catalunya y como allá dicen que no es suficiente, aquí hay que subir los impuestos o doblar el recorte. Y seguir calladitos. Aquí el honorable Jordi Pujol no puede, a sus casi 81 años, votar a favor de la independencia en la consulta de Barcelona porque eso también puede enfadar a la bestia. Es verdad que las cosas se pueden decir de una manera u otra. Pero decirlas una vez mal o no a gusto de unos no es pecado. Y eso es lo que se ha hecho con la apuesta de Rosell, que hoy, según Mundo Deportivo, matizará sus palabras. Pero el resultado de su apuesta, sin duda alguna, se ha magnificado tanto que los comentarios posteriores han doblado en exageración el resultado de 5-0.

Cada semana desde que llegó a Madrid, José Mourinho se ha dedicado a instigar y fustigar al barcelonismo de una forma cruel bajo el apellido de que él no es hipócrita y que, quien no dice la verdad y no canta las cuarenta como le salen del corazón, si que lo es. Por eso él dice sin rubor que los árbitros están a favor del Barça, que la Federación ha hecho el calendario al acomodo de los azulgrana, que los rivales no entran a Messi como a Ronaldo, que Guardiola tiene a la prensa catalana más o menos que comprada, y que tal y que cual. Y muy pocos en Madrid han reprochado estas manifestaciones. Mou tiene patente para ello.

A los que vieron en la declaración de Rosell un elemento de presión sobre el vestuario azulgrana no hay más que decirles que todavía no ha llegado la hora de perder la confianza en el técnico, que siempre que ha sucedido un hecho ajeno al terreno de juego ha contestado: “Esto no afectará, del vestuario ya me ocupo yo”. Así respondió a la fecha de las pasadas elecciones y también a su renovación. Y lo mismo vale ahora para los que han puesto el grito en el cielo cuando Guardiola soltó un estornudo en la RAI para decir que su tiempo en el Barça se está acabando. Que la declaración de Rosell se podía evitar, como dijo Pep, es verdad. Como tan cierto es que las de Guardiola también se podían evitar. Pero hay que reclamar el derecho a que las personas digan lo que piensan, que se muestren como son, que de vez en cuando se desnuden y si se equivocan, pues que se equivoquen. Que estornuden con ganas. No somos perfectos.


Via vanguardia opinion

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