La llegada al poder de jóvenes gobernantes que sucedían a sus padres, fueran reyes o presidentes, promovió hace un decenio la idea del cambio en el mundo árabe. Los relevos se dieron en países muy distintos, pero despertaron las mismas esperanzas. En 1999 Mohamed VI fue proclamado rey de Marruecos; Abdulah II, de Jordania, y Hamad bin Isa al Jalifa, de Bahréin. Y en el 2000, Bashar el Asad heredó la presidencia siria. Todos se presentaron como modernizadores, pero todo quedó en agua de borrajas.
Cada país árabe siguió su propia vía hacia ningún cambio. Pero en los últimos años, antes de la revuelta que comenzó en Túnez, fue posible distinguir tres modelos. Uno se centró en la modernización administrativa, pero no reformó las instituciones; este fue el cambio emprendido en Marruecos, Emiratos Árabes Unidos, Túnez y, más cautamente, en Arabia Saudí. El segundo modelo reconoció la legitimidad de la oposición, pero el régimen hizo lo imposible para reducir a los opositores; este es el caso de Argelia. Y el tercero se basó en una reforma que prometía el cambio, pero no aumentó la distribución del poder; esta reforma fue la que puso en marcha el rey Hamad, cuya familia manda en el archipiélago de Bahréin desde 1738, cuando expulsó a los persas.
El modelo de Bahréin tuvo buena prensa y el experimento fue considerado susceptible de ser aplicado a las sociedades de la península Arábiga, donde ningún país, con la excepción de Yemen (ahora al borde del cambio por las bravas), permite los partidos políticos. Pero, diez años después, Hamad bin Isa al Jalifa, primer rey de Bahréin, se aguanta porque Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos han enviado tropas para aplastar la protesta de los chiíes. El rey Hamad accedió al trono después de cinco años de violentas protestas de la comunidad chií, que, pese a representar el 70% de la población, está discriminada. Y la primera iniciativa del monarca fue promover una Carta Nacional para resucitar el Parlamento, suspendido desde 1975. Pero la nueva Constitución, aprobada en el 2002, concedió a la Cámara Baja menos poderes de los que tenía, y la respuesta fue el boicot a las elecciones legislativas del 2002 por parte de las sociedades políticas (no partidos) chiíes.
Al Wefaq, la primera sociedad política chií, aceptó participar en las elecciones municipales y legislativas del 2006, pero el régimen movió los hilos para que Al Wefaq no obtuviera la mayoría absoluta. Ahora, el vicelíder de Al Wefad, Jalil Ebrahim al Marzooq, ha retirado del Parlamento a sus dieciocho diputados en protesta por la represión. La monarquía suní, hasta llegar al palo, había intentado casi todo para controlar a los chiíes, de los que teme que sean agentes de Irán, la potencia chií que es su rival religioso y político. Y una de las iniciativas fue alterar la balanza demográfica con la concesión de la ciudadanía a trabajadores de confesión suní procedentes de Siria y Jordania. Pero la solución era a muy largo plazo.
La situación en el archipiélago de Bahréin, donde la protesta chií estalló el pasado 14 de febrero, preocupa a la Administración Obama, que aquí titubea a la hora de dar con el lado correcto de la historia. Barack Obama ha criticado el envío de tropas saudíes a Bahréin, pero la sangre no ha llegado al río. El reino es la base de la V Flota estadounidense, fuerza destinada a garantizar que el petróleo del Golfo circule libremente por el estrecho de Ormuz.
El rey de Bahréin no ha sido, sin embargo, el único que ha discriminado a los chiíes. Las antecesores de Obama también pusieron su granito de arena. “El problema es que hemos ignorado conscientemente la situación de los chiíes”, afirmó, cuando empezó la protesta, Gwenyth Todd, asesora de las fuerzas navales estadounidenses que estuvo destinada en Bahréin entre el 2004 y el 2007. Todd tuvo una idea para mejorar las relaciones con los chiíes. Organizó una entrega de regalos a los niños de las familias chiíes más pobres. “Recibí unas cuatrocientas peticiones, desde bicicletas hasta pupitres, y me comprometí a dar satisfacción a todas en nombre de la Marina”, declaró (“US history with Bahrain shiites may be crucial”, Herald Tribune, 22/II/2011). Pero sus superiores, temerosos de lo que dijera el autócrata, le ordenaron que se dejara de historias. Todd decidió entonces correr con todos los gastos. “Gasté unos 30.000 dólares de mi bolsillo, en nombre de la Marina. El Gran Hermano no fue feliz, pero los chiíes no conocieron esta historia”, añadió. Todd fue apartada del servicio, por mantener “contactos no autorizados” e “irresponsabilidad financiera”, en diciembre del 2007.
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