La familia derrota a Maquiavelo

El hombre del que se ha llegado a decir que era el piloto de un plan masónico, emisario de un secreto designio de la Cadena de Unión Universal de Estrasburgo para dinamitar de una vez por todas la institución familiar en la Europa secularizada, se plegó ayer ante el sanedrín socialista por el deseo expreso de preservar su familia. José Luis Rodríguez Zapatero ha anunciado que se va –yéndose poco a poco, abriendo unas primarias inciertas y sin señalar a Alfredo Pérez Rubalcaba como el inevitable sucesor– después de una semana muy desconcertante para sus ministros y colaboradores. Una semana en la que su círculo más íntimo ha pesado mucho, según refieren fuentes conocedoras del vaivén en la Moncloa.

Atendiendo los consejos de unos y otros –y escuchando con suma atención a su esposa, Sonsoles Espinosa–, el presidente ha dudado hasta el último minuto. Ha dudado y ha aparentado muy bien su zozobra. Simula y disimula, aconsejaba el cardenal Giulio Mazarino en su Breviario de los políticos. En realidad eran cinco los consejos del eclesiástico que dirigió la política francesa entre 1643 y 1661: simula, disimula, no te fíes de nadie, di cosas buenas de todo el mundo y prevé antes de actuar. El abogado de León que en algunos momentos de su mandato ha jugado a poner en jaque a la Iglesia católica, ha cumplido, uno por uno, los cinco preceptos del agudo sucesor del cardenal Richelieu. Ha simulado, ha disimulado, no se ha fiado de nadie, ha dicho cosas agradables a todo el mundo y cabe suponer que ha previsto las consecuencias de sus actos. El presidente ha mantenido la propiedad de la decisión hasta el último minuto. No ha sido retirado por la portada de ningún diario. Ni amigo, ni enemigo.

El tridente sabía y no sabía. Los tres hombres con más poder político en España, después del presidente, llegaron ayer por la mañana a la sede central del PSOE, en la calle Ferraz de Madrid, sin tener una idea cierta de lo que iba a ocurrir. Alfredo Pérez Rubalcaba, José Blanco y José Bono se encontraron la noche anterior en la capital y ninguno de los tres pudo aportar a los demás un buen pronóstico. Estaban desconcertados por las señales contradictorias –ahora me voy, ahora me quedo– que a lo largo de la semana venía emitiendo Zapatero.

El sábado anterior, en el cónclave de la Moncloa con los principales exponentes de la gran empresa española, el presidente se sintió muy impresionado por el requerimiento del banquero Emilio Botín en favor de su continuidad. Fue una señal muy reconfortante. Un verdadero alivio para un gobernante que estos meses se ha visto a los pies de los caballos. Más allá de la literalidad de sus palabras, el banquero Botín estaba enviando un mensaje cifrado a la derecha. Zapatero podrá regresar a León tranquilo. Y a mitad de esta semana, quien le pidió que se quedara fue el secretario general de UGT, Cándido Méndez. Su buen amigo Méndez, con el que tantas complicidades tejió.

Tras esas reuniones, la aguja parecía cambiar de dirección. Tanto es así que –también a mitad de semana y en el curso de una recepción– Sonsoles Espinosa habría pedido a un alto cargo socialista que dejasen de presionar a su marido.

Por todas esas razones, el tridente estaba desconcertado. Blanco era el que había apostado con más insistencia por hacer pública la retirada antes del 22 de mayo, convencido de que era la mejor manera de aliviar al PSOE. Lejos de generar incertidumbre y debilitar aún más la maltrecha marca socialista, Blanco cree que el “ya me voy yendo” del presidente puede devolver las próximas elecciones a la esfera local y regional. Ya no se votará contra un alcalde socialista para echar a Zapatero.

Rubalcaba era, en principio, reticente. No quería anticipar su desgaste, toda vez que el Partido Popular ya lo ha escogido como contrincante, con focos de máxima potencia tras la aparición de las denominadas actas de ETA en el rastro de Madrid. El vicepresidente cambió de opinión al constatar la celeridad y concentración con la que Carme Chacón empezaba a jugar sus cartas. Asesorada por un eficaz entorno publicitario, la ministra de Defensa cuida con mucho detalle sus apariciones televisivas –nunca una palabra de más, mucha prudencia gestual ante la escalada bélica en Libia, siempre un mohín...– y ha empezado a tomar contacto con distintas federaciones socialistas en busca de apoyos.

Quiere jugar, evidentemente, la carta femenina. Quiere ser la candidata de esa generación zapaterista que ahora teme verse cancelada. “Tuvieron que volver los mayores para evitar que el PSOE se despeñara”. Chacón se rebela contra ese epitafio. Ambiciona un lugar en el futuro y no quiere regresar a Catalunya. Los descontentos podrían ser su infantería y necesita tiempo para reclutarlos. Rubalcaba y Blanco no se lo van a dar. Tras la decisión de Zapatero, su pista de despegue no es muy larga. Tendrá que aprender a pilotar un Harrier, avión de combate de despegue vertical.

Así se ha gestado el adiós de Zapatero. Tras ocho años de reclusión en la nave espacial de la Moncloa –de la que nadie ha logrado salir indemne–, el campeón español del laicismo ha optado por la familia, mientras Maquiavelo y Mazarino le hacían señales por la ventana.


Via vanguardia opinion

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